“El teatro es infinitamente
fascinante, porque es muy accidental, tanto como la vida.” Arthur Miller.
Las
calles de Valladolid se convirtieron en escenarios para las actuaciones más
rocambolescas, coloridas y originales, durante 5 días. Desde el miércoles 27 de
mayo, hasta el domingo 31, la ciudad fue refugio para la cultura. El teatro
invadió las avenidas y las plazas, arremolinando, a su alrededor, audiencias
muy variadas. Niños, ancianos, parejas, familias disfrutaron de los
espectáculos gratuitos que se encontraban en cada esquina.
Gozando
de una libertad que el teatro convencional no permite, las obras de calle
sorprenden sobre todo a la hora de incorporar al público en el entretenimiento.
Los límites corporales se desdibujan y los actores abrazan los cuerpos de la
audiencia y les hacen danzar a la velocidad de la historia.
Transforman
el entorno para jugar y estimular los sentidos. El tacto, la vista, el olor,
los sonidos e incluso el gusto se renuevan. Sin duda, estos hechos
caracterizaron la obra de teatro “El secreto” representada en la Casa Zorrilla.
Un espectáculo que mezclaba el diálogo, sobre amor, más sublime; con los juegos de palabras más
primitivos y sexuales. A través de una sátira enrevesada se narraba una
historia de amor que nacía en una fiesta. Una celebración llena de alegría, que
recordaba por su entorno a los carnavales de clase baja, por sus bailes a las
festividades gitanas llenas de color, y por su griterío a las hogueras de los
indios americanos.
Pero,
lo que hacía muy especial a la representación era su ritmo, frenético en
algunos momentos, lento en otros y lleno de diálogos reflexivos. Era mágico
observar a cuatro actores, que representaban el papel de narrador-filósofo,
hablando con unos segundos de diferencia para crear una sensación de eco que
envolvía al espectador en la profundidad de sus palabras.
El
público estaba sentado en el escenario, siendo un obstáculo y a la vez una
bendición para los actores. Saltaban como gacelas entre los cuerpos que en un
principio se mostraban tensos. Sin respeto alguno por el espacio personal, los
actores se acercaban, tocaban, miraban a los ojos, rozaban e incluso
manifestaban picardía sexual hacia algunos de los presentes sentándose en su
regazo. Hubo un momento claro durante la representación, un momento en el que
los hilos del público, títeres de lo correcto, se rompieron. Artistas y
espectadores se aunaron en ese instante y el entorno de la obra cambió. El
momento decisivo para que ocurriera este cambio fue la aparición del pícaro y
los tomates. Una de las actrices ataviada de manera extravagante con un gorro
de macarrones y de vocabulario sucio pero educado hizo presencia. Los niños
asustados y los adultos viendo cómo se rozaba la locura, estaban aterrados.
Pero se creó una situación mágica, al repartir unos tomates frescos y cerrando
los ojos el público olió y saboreó, siendo trasportado a la era de la obra y
los ojos abiertos empezaron a ver.
Aunque
el amor se presentaba como protagonista, esta imagen se fue diluyendo y la
verdadera protagonista fue la vida. La vida y su disfrute. Una de las actrices
que representaba a la Madre Tierra era la voz de la sabiduría que indicaba que
ella lo era todo, que todos la conformaban y que había creado a las personas
para que disfrutaran. Personificando el importante papel de una madre corriente
iba cocinando el plato estrella de la fiesta, de nuestra fiesta.
Los
huevos a la diabla ya estaban cocinados y ahí hubo otro cambio aunque esta vez
más sutil la audiencia sabía que pertenecía al teatro, que ellos conformaban la
obra. Comieron, bailaron y se rieron, jugaron con los actores que ahora eran
amigos. Bebieron vino y brindaron por el amor, por la paz, por las mujeres.
Incluso los niños bebiendo agua de un porrón brindaban. Pero, ¿reamente quién
era más niño? Los adultos sacando a su “peter-pan” dormido formaban una conga y
no dejaban de bailar, dejando que la obra se alargara, relajándose en el tiempo
y el espacio.
Agotado
se tumbó el público y los actores gatearon mirándose a los ojos y a través de
un monólogo final que derramaba amor, diversión, inocencia y sexo, junto a un
beso épico entre amantes; terminaba la obra. Derrotados por el cansancio de
quererse, los cuatro narradores-filósofos dejaban un mensaje en el aire: “El
secreto”.
Y,
el secreto, ¿qué es?
Viviana
Díaz
@Vdiag
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