-

martes, 24 de marzo de 2015

Presos de la doble moral

Vivimos con prisa, sin pausa, aniquilamos los pequeños momentos que dibujan sonrisas. Vivimos por inercia, como autómatas educados para producir y consumir, producir y consumir… y así hasta formar un ciclo eterno que nosotros mismos retroalimentamos generación tras generación. Si alguien tropieza, no hay tiempo para detenerse y tenderle la mano, estamos demasiado ocupados intentando mantener en pie nuestras vidas. Es curioso cuando nos enseñan en el colegio que el ser humano es un ser social. Ser social implica relacionarse con los demás y, por lo tanto, preocuparse por los demás, todo el tiempo.




De repente, el sonido de una explosión retumba en nuestro interior. Parece que todo se queda en silencio.

Ocurre un desastre. Nos hablan de colaboración ciudadana. Nos hablan de solidaridad. Da la sensación de que sólo recordamos nuestra parte más humana cuando quizá ya es demasiado tarde, cuando las vidas ya se han consumido y no hay vuelta atrás. Nosotros, como fieles presos de la doble moral, nos sentamos delante de los televisores e incluso nos atrevemos a derramar alguna lágrima. Los telediarios nos bombardean con impactantes imágenes durante unos días y, de alguna manera, en nosotros nace un doble sentimiento: nos encontramos consternados y nos compadecemos de las víctimas pero, al mismo tiempo, nos invade una sensación de alivio al ser conscientes de la suerte que tenemos por vivir en el país en el que vivimos y por tener todo lo que tenemos.

Un día encendemos el telediario y las imágenes de la catástrofe ya no están, como si ellas también hubiesen sido enterradas junto a las víctimas. No nos explicaron las causas, ni las posibles consecuencias, no nos explicaron nada, el asunto murió en cuestión de días, como si nunca hubiese ocurrido, porque eso hacen, eso hacemos, fingimos que los problemas no existen con la esperanza de que desaparezcan o se hagan más pequeños. Todo menos intentar buscar una solución y asumir la responsabilidad de para afrontarlos, no nos interesa.

Y mueren, muchos mueren sin apenas haber vivido y, mientras tanto, nosotros corremos hacia nuestras oficinas y ni siquiera somos capaces de ayudar al vagabundo de la esquina. Es más, le miramos mal, le hacemos sentir inferior, le recordamos que no es apto para nuestra perfecta sociedad, que no es suficiente.


Y un día vuelve a ocurrir, otra explosión que retumba, otras imágenes que se clavan en nuestra retinas y, por un momento volvemos a ser personas que se preocupan por otras personas, por un momento… sólo por un momento.

Andrea Arrieta

0 comentarios:

Publicar un comentario