Soy
estudiante universitaria. A punto de finalizar mis estudios, sí, pero
estudiante al fin y al cabo. Y, al parecer, eso da a muchas empresas una
oportunidad de oro: conseguir un “empleado” a un precio irrisorio (cuando no
inexistente). “Consigues experiencia”; “Consigues nuevos conocimientos
prácticos”; “Así descubres lo que es la vida del trabajador”; “Si no lo haces,
no aprobarás la asignatura de Prácticas en Empresa”. Estos y otros argumentos
–todos en la misma línea- son los que nos llevan a aceptar esta situación, y
¡ojo! a aceptarla con una sonrisa en la cara. Y dando las gracias en todo
momento.
No
negaré que son argumentos válidos; sí, consigues experiencia, conocimientos,
apruebas la asignatura, y descubres lo que es la vida del trabajador. Es más,
descubres lo que es la vida del trabajador+estudiante, ese ser que por la mañana va a trabajar, come apresuradamente para
entrar a clase enseguida, y por las noches prepara los trabajos que tiene que
entregar al día siguiente en clase. Es fácil reconocerlos (reconocernos):
normalmente presentamos ojeras bastante marcadas, y cuando nuestros amigos nos
proponen un plan para el fin de semana se nos escapa una risa tonta (¿Tomar cañas? ¡Ja! ¿Y el Trabajo de Fin de
Grado para cuándo?).
Igual
estoy exagerando un poco: mi abuelo siempre decía que si necesitas que algo se
haga, tienes que pedírselo a alguien que no tenga tiempo (somos los que mejor
nos organizamos, y terminamos entregándolo todo). Y tiempo para una cañita
siempre hay. Pero eso, creo, no resta peso a mi idea, y es que las empresas, en
muchas ocasiones, se aprovechan de la situación. Ni se me ocurriría exigir un
sueldo “profesional”, al fin y al cabo parte del “salario” es el conocimiento que se nos aporta; pero me parece
importante dar un incentivo a los estudiantes en prácticas, que dedican el
tiempo que tienen a colaborar con una empresa; recordemos que el voluntariado
es otra cosa muy distinta.
En
verano, es habitual que las empresas se llenen de becarios que se dedican a
cubrir las vacaciones de la plantilla, así la compañía evita que el trabajo se
pare por falta de gente. Y aprendes, sí. Pero no creo que la situación debiera
llevarse así. Un becario (casi prefiero la expresión “estudiante en prácticas”,
becario hace pensar en una beca, y esto lo asociamos a un incentivo económico…)
está para aprender; debería, si es posible, rotar por los distintos
departamentos de la empresa que puedan aportar algo a su formación; debería
tener “encima” a una persona, a un tutor, que le aconseje, le corrija, le guíe
y le enseñe. Y, ¿por qué no?, debería tener un sueldo. Aunque sea para cubrir
la gasolina que gastamos para ir a trabajar; que llegamos a una edad en la que
nos da un poco de vergüenza pedir dinero a papá y/o a mamá.
Puede
parecer que lo que aquí expongo es un poco radical, que no representa la
realidad. Pero lo cierto es, que no es raro que los becarios se encuentren en
una empresa como un trabajador más, sacando trabajo adelante, haciendo ganar
dinero a la empresa, pero sin ver un duro. Y lo que es más; hay empresas que
llegan incluso más lejos, y sustituyen trabajadores por becarios. ¿No recordáis
la polémica que generó el periódico El Correo de Andalucía en
febrero de este año? Despidió a 7 periodistas (al parecer por falta de
trabajo), y sólo 13 días después solicitó 8 becarios (léase: “pringados que me
van a hacer el trabajo de los periodistas by
the face, y dándome las gracias por ello”). Hay incluso casos más extremos:
en 2013 saltaba a los medios de comunicación la noticia de la muerte de Moritz Erhardt, un joven de 21 años, tras trabajar más de
72 horas sin apenas descanso como becario para Bank of America en Londres. Sí,
es un caso raro, y no exclusivo de los estudiantes en prácticas: el mismo año
conocíamos el fallecimiento de Mita Diram, una joven publicista indonesia que, tras
una jornada laboral de 30 horas en la que sólo se mantuvo en pie gracias a
bebidas energéticas, se desplomó tras un ataque al corazón al que no pudo
sobrevivir. Pero lo cierto es que en demasiadas ocasiones las empresas se
aprovechan de la situación: saben que es difícil encontrar trabajo, más con la
crisis de la que (según los últimos indicios) por fin estamos saliendo, y aprovechan
la circunstancia de que “no vas a encontrar otra cosa” para conseguir empleados
que trabajen jornadas intempestivas por sueldos irrisorios. Seas becario o
empleado.
Sí
que quiero hacer una aclaración: no todas las empresas son así. En algunas, los
becarios sí que rotan por los departamentos. En otras sí que ofrecen un pequeño
incentivo económico (el más alto que he visto ha sido de 400€/mes). Incluso, si
tienes suerte, en algunas consigues aquello a lo que aspiramos los becarios: un
contrato, o la promesa de un contrato.
Yo
he hecho prácticas en varias empresas; en dos de ellas me han contratado
después; en otras dos me han dado una pequeña ayuda a final de mes. Y siempre
estaré agradecida por los conocimientos que he recibido en todas ellas; porque
salgo de la facultad con trabajo, dos carreras y un currículum en el que no
sólo pone “Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas” y “Grado en
Periodismo” (¡qué mal suena “graduada” en Periodismo! Desde que entró en vigor
el Plan Bolonia parece que salimos del cole en vez de salir de la
universidad…). Estoy agradecida porque he conocido a gente fantástica, y me he
labrado una agenda de contactos que me
puede ser útil en el futuro. Pero, pese a todo mi agradecimiento, sigo
insistiendo en algo; no se vive del aire, la experiencia no da de comer…
estaría bien que se reconociera nuestro trabajo más a menudo. Porque
trabajamos. Y algunos o algunas, mucho.
Clara
Berbel
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