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martes, 28 de abril de 2015

Cuando las palabras dibujan la Escalera de Penrose

“Hay un juego de adivinación que se juega con un mapa. Uno de los participantes pide al otro que encuentre una palabra dada: el nombre de una ciudad, un río, un Estado o un imperio; en suma, cualquier palabra que figure en la abigarrada y complicada superficie del mapa. Por lo regular, un novato en el juego busca confundir a su oponente proponiéndole los nombres escritos con los caracteres más pequeños, mientras que el buen jugador escogerá aquellos que se extienden con grandes letras de una parte a otra del mapa. Estos últimos, al igual que las muestras y carteles excesivamente grandes, escapan a la atención a fuerza de ser evidentes, y en esto la desatención ocular resulta análoga al descuido que lleva al intelecto a no tomar en cuenta consideraciones excesivas y palpablemente evidentes”. La Carta Robada, Edgar Allan Poe (1809-1849).



La prosa de este escritor estadounidense destaca por contener una dialéctica sombría que atrapa al lector entre laberintos lingüísticos repletos de metáforas. Juegos de palabras que se enredan en la consciencia y se recrean intentando engañar a la mente. Relatos como El Cuervo o El Corazón Delator se alzan como auténticos rompecabezas que retan al intelecto a trasladarse a estadios superiores de análisis con el objetivo de alcanzar niveles más elevados de cognición.

Sus historias se construyen sobre una base ecléctica que empuja al logos a realizar un ejercicio de interpretación, tomando como fundamento conceptos y métodos de razonamiento de diversas disciplinas. Complejas analogías dibujan un auténtico entramado que persigue destruir los ejes axiomáticos que sirven como mecanismo de las leyes universales.

Un desafío que cuestiona todas las perspectivas y los puntos de vista. Una especie de completo jeroglífico que pone en tela de juicio las verdades asumidas por los sistemas sociales en los que nos encontramos inmersos, que nos hace dudar de nuestra manera de analizar e interpretar la información y nuestro entorno. Relatos en los que las palabras convergen para formar una auténtica Escalera de Penrose.

Andrea Arrieta

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