“Los
niños son el futuro”. Es una frase que todos hemos escuchado alguna vez. Y no
por reiterada, deja de ser cierta. Esas pequeñas criaturas chillonas, risueñas
y encantadoras algún día se convertirán en bomberos, médicos, policías,
periodistas, políticos, profesores… y llevarán las riendas del mundo. Y esos
niños están sentando las bases de su educación en el colegio, además de en
casa.
Beatriz
es maestra diplomada en Educación Infantil, y actualmente se está preparando
para opositar en Madrid y Cantabria; entre ambas comunidades se convocan este
año 135 plazas.
P.
No hay duda de que tu trabajo es de vital importancia, al fin y al cabo
consiste en educar a los adultos del mañana. ¿Supone esto una presión extra?
R. No supone exactamente una presión extra. La educación
pretende desarrollar a los niños en todas sus capacidades, para que
lleguen a ser ciudadanos autónomos y participativos en la sociedad en la que
viven. La experiencia que un niño recibe durante el segundo ciclo de la
educación infantil es de gran importancia, ya que va a influir en la percepción
que estos tengan de la escuela, sobre la tarea escolar y sobre los modos de
aprender. Además, es en esta etapa donde se sientan las bases del resto de la educación,
por lo que se podría decir –sólo en este sentido- que sí que podríamos
encontrar un poco de presión. Pero no demasiada, al fin y al cabo es nuestro
trabajo, para lo que nos hemos formado.
P.
¿Qué les dirías a esas personas que opinan que “no es un trabajo importante, sólo
hay que cantar canciones, repartir pinturas y poner a los niños a echar la
siesta a media mañana”?
R. Al final te acabas
acostumbrando a escuchar esas bobadas acerca de tu trabajo; es lo mismo que
cuando estabas estudiando en la facultad: si tenías algún examen, siempre había
alguien que te decía “¿pero qué vas a estudiar, cómo se recorta y colorea?” Yo
no les suelo decir nada, prefiero ignorarles; cada uno con lo suyo. Pero
deberían pensar que la educación de los niños, de sus hijos, hermanos,
primos... es algo importantísimo para su futuro, y valorar un poco más el
trabajo de los maestros. En otros países, como Finlandia, esta profesión está
mucho más valorada; de hecho, la carrera de Magisterio es una de las que tienen
una nota de corte más altas...
P.
¿Qué te llevó a escoger esta profesión?
R. La verdad es que no recuerdo
exactamente por qué escogí esta profesión. Me gustaban la carrera y los niños,
pero no lo tenía muy claro. Hay veces que, cuando te toca elegir tu futuro,
todavía no sabes exactamente qué quieres hacer, pero la verdad es que cuantos más
años pasan, más contenta y satisfecha estoy con la decisión que tomé.
P.
¿Es una profesión para la que hace falta vocación?
R. Sí. Si no tienes vocación, no
vas a llegar a ser un buen profesional, ni aquí ni en ningún sitio. Pero trabajar
con niños te tiene que gustar, ellos aprenden de lo que ven, del adulto que está
a su lado, y en el aula ese adulto eres tú. Si no te gusta tu trabajo, ellos lo
van a percibir en tu actitud y en el clima de clase, y eso no favorecerá en
absoluto la consecución de los objetivos propuestos para su desarrollo. El
trabajo en la educación infantil se debe de llevar a cabo en un clima de
calidez y seguridad, para que las relaciones que se establezcan entre los niños
-y entre estos con el educador- sean de afecto y confianza, y permitan el
desarrollo integral y los aprendizajes de los niños. Si no tienes vocación, es
muy difícil conseguirlo.
P.
Actualmente estás preparando las oposiciones… ¿Cómo está la situación?
R. La verdad es que las
oposiciones, para la gente que entra nueva o que no ha conseguido trabajar como
interino -como es mi caso-, no pintan muy bien. Pero no hay que perder la
esperanza. Las plazas no son muchas y los baremos para obtener la puntuación
final y poder obtener una plaza fija favorecen mucho a aquellos interinos que
tienen muchos puntos de experiencia. Aun así están cambiando las cosas, y ahora
las pruebas son eliminatorias, con lo que por lo menos se les exige aprobar los
exámenes, cosa que antes no pasaba; se podía conseguir la plaza sin aprobar el
examen, porque la nota se compensaba con los puntos acumulados. En cuanto a los
aspirantes, siempre hay gente muy preparada, gente normal y aquellos que van
"a ver qué pasa", como en todos los sitios. Las diferencias entre las
comunidades no son muchas, son pequeños detalles, a excepción de Madrid, que
incluye una prueba de conocimientos, de “cultura general”, que otras comunidades
no tienen. De todos modos yo soy optimista, y no creo que sea de locos preparar
una oposición en estos tiempos, creo que con trabajo todo se consigue.
P.
Ya has tenido alguna experiencia laboral, ¿es “como te lo pintan” en la
facultad?
R. No, no es como te lo pintaban
en la facultad ni mucho menos. Pero claro, ¿cómo se puede explicar en la
universidad lo que ocurre en un aula de infantil con unos 25 niños, que son, en
general, imprevisibles? Yo creo que es imposible. En la facultad te
preparan con conocimientos, teoría, técnicas... Pero como verdaderamente se
aprende es en un aula, en el día a día. Me parece muy acertada la decisión de
alargar las prácticas de la carrera.
P.
¿Cuáles son las mayores dificultades a las que puede enfrentarse un maestro?
R. Las dificultades a las que se
enfrenta un maestro no vienen dadas sólo por la barreras lingüísticas,
discapacidades, hiperactividad... ¡ni siquiera por los padres! (Se ríe). En la
clase de infantil, cada día y cada momento es un monto. Nunca sabes qué puede
pasar, y siempre tienes que ser capaz de enfrentarte y resolver con éxito cualquier
situación. Una de las grandes dificultades con las que se encuentra un maestro
es, desde mi punto de vista, la idea que la sociedad, en este caso los padres,
las familias, tiene de la escuela y de la evolución de los niños; muchas veces
trabajas bajo la presión de frases como “Es que mi hijo todavía no sabe leer, y
el de al lado lee desde hace un mes”, o “Mi vecino ya cuenta hasta 10 y es más
pequeño que mi hija, que sólo sabe contar hasta 6”… El reto es hacerles ver que
cada niño es un mundo, y que –si no influyen factores atípicos, como una
discapacidad- no hay chicos de 18 años que hayan ido al colegio y no sepan
contar… aunque aprendieran 2 meses más tarde que sus amigos.
P.
¿Y las mayores ventajas/alegrías?
R. Es un trabajo divertido, nada rutinario,
lleno de alegría. Los niños transmiten alegría, amor, cariño. Cuando vas a
trabajar no sabes lo que te espera ese día; claro que tienes una guía que
orienta tu intervención educativa, un plan de trabajo, pero estos documentos
son flexibles a la hora de permitir la espontaneidad infantil. Para mí es una
gran ventaja, yo no me veo haciendo todos los días un trabajo mecánico en el
mismo sitio, con los mismos pasos...
P.
Cuéntanos alguna anécdota
R. Anécdotas hay muchas. Pero una
de las más graciosas me ocurrió la primera semana de prácticas: tenía 20 años y
me hizo mucha gracia, ya que te das cuenta de cómo son los niños. Estaba en una
clase de 3º de Infantil, con 6 años, y los niños estaban súper contentos
conmigo, y me preguntaron que cuando años tenía. Les dije: ¿Cuantos creéis? Y
decían 40, 65, 76... (Se ríe) Les dije que no, que eran muchos menos, y
empezaron a decir “¡Siete! ¡Nueve! ¡Cuatro!”, cuando ellos solo tienen 6. Me
hizo muchísima gracia. Al final les dije que 20, pero en realidad, que más les
da, si todavía no son capaces de entenderlo realmente. También hubo una niña
que me preguntó que si yo era “niña o mamá”, y cuando le dije que no era una
niña, pero que tampoco era mamá, no lo entendía… Al final tuve que decirle que
niña, ¡porque, de momento, hijos no tengo!
Clara Berbel
Clara Berbel
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