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martes, 14 de abril de 2015

El maquillaje de la dialéctica política

Lejos quedan los días de discusiones en las que las partes basaban sus puntos de vista en sólidos argumentos. La utopía infinita de aquella época en la que los griegos nos enseñaban la política, la buena política. Parece que, oficialmente, hemos asesinado a la razón.

Y, como nos enseñó Aristóteles en su filosofía, el logos es uno de los tres modos de persuasión en la retórica, una retórica que se ha alzado durante siglos como instrumento principal de la clase política para conseguir apoyos y construir un gobierno más sólido.


Sin embargo, la muerte de la razón en nuestro tiempo nos ha empujado indefectiblemente a una sociedad en la que triunfa un discurso político vacuo, repleto de incongruencias que, anexionadas entre sí, dan lugar a mítines que se asemejan más a eventos deportivos en los que prima el entretenimiento, que a espacios para compartir una ideología con fundamento que pretende dirigir un país.

Nos encontramos ante unos políticos que han degradado la propia política de ciencia a falta de (con)ciencia. No hablo del azul, del rojo, del morado… hablo de la política en sí misma. Hablo de debates políticos basados en reproches absurdos que persiguen confundirnos. Hablo de políticos que no nos dicen claramente qué quieren y, lo que es más importante, no se detienen a explicarnos qué van a hacer para llegar a sus objetivos, en qué medidas se van a basar, cuál va a ser su protocolo de actuación.

Quizá, ya no queremos más cifras, nosotros, los ciudadanos, mejor que nadie conocemos la situación del país porque nos enfrentamos a ella cada día. ¿Se creen que somos tontos? –pregunto-, porque el sentimentalismo y el populismo que escurren los discursos políticos están empezando a crear un escepticismo generalizado. Un escepticismo sumamente peligroso en una sociedad en la que falta formación, en la que falta cultura.

Queridos, algunos sí nos damos cuenta y, posiblemente por eso precisamente, se acabe más pronto que tarde el engaño a través del maquillaje de la dialéctica política.

Andrea Arrieta

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